Se miró en el espejo repasando, como cada día,
sus defectos. A pesar de maquillarse, rizarse el pelo y vestirse como si fuera
una modelo de pasarela, seguía sintiéndose desgraciada, rota por dentro y el
último escalafón de la sociedad.
Su mente, su corazón y su alma estaban
marchitos como las flores en invierno, pero ella aún sonreía porque desde
pequeñita le habían enseñado a sonreír y a esconder sus tristezas y
preocupaciones.
No había ningun momento en el día que se
alegrara de lo afortunada que realmente era, porque siempre se repetía que no
lo merecía.
Hasta que un día se hartó de autocompadecerse,
de creerse la víctima y pensar que no era suficiente buena para el mundo. Ese
día, levantó la cabeza, sonrió de verdad y se dijo a sí misma que nada que nada
le pararía porque la autocompasión es un sentimiento tan destructivo como diez
botellas de ginebra.
Bien hecho, amiga mía, no dejes que la vida te detenga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario