martes, 17 de junio de 2014

Aquel frío febrero

Un llanto venía del fondo del pasillo, una risa de una de las habitaciones y el sonido de las teclas de un ordenador desde el estudio. Ella se levantó del escritorio, dejó su trabajo a medias, con las últimas palabras de su relato: "Sonrió, mirándose la barriga, tenía toda la vida por delante, pero ahí estaba creando vida."  Miró la pantalla de su ordenador con una sonrisa y de sus ojos marrones, cayó una pequeña lágrima, no era de tristeza no, era de felicidad, porque aquella novela estaba siendo como su tercera hija, sí, tercera. Solo tenía veintisiete años, pero aquellas dos pequeñas le habían iluminado la vida, y su novela, su primera novela iba a ser un homenaje a su vida, a sus niñas, a su juventud y a su felicidad. Porque había pasado mucho por su corta vida e incluso había pensado abandonar la vida a su suerte, pero desde que apareció él, su vida cambió por completo.
Se habían conocido con dieciséis años y eran mejores amigos, hasta que el destino jugó a enamorarlos. Tenía toda la baraja bajo su manga, este destino, a veces cruel, otras  veces generoso.  Con ellos fue generoso,  él, solucionó todos los problemas de corazón, las heridas y cicatrices de ella, que había sufrido mucho durante mucho tiempo y se sentía pequeña, muy pequeña. Ella, se sintió grande gracias a él, y volvió a creer en un sentimiento que creía extinto en su corazón, el amor, el verdadero amor, el que ella  no había conocido nunca. Al principio de su relación, ella tenía miedo de que le hicieran daño, de que un día dejara de sentir lo mismo y la abandonara al amparo del mundo sin su protección, pero eso no fue así.
El destino, el amor, los dioses, o ellos mismos, decidieron que debían luchar por lo que querían, por estar juntos toda la vida, por una relación que no se acabara nunca, porque se querían, se querían más que nunca, porque sin su amor, el mundo no podía continuar adelante, y eso ella lo sabía muy bien.
Cuando recibió la noticia de que estaba embarazada, no lloró, solo sonrió, le abrazó y le susurró al oído que iban a ser padres, que tendrían algo que siempre les uniría, habían creado vida por partida doble.
Y ahora, estaba en el marco de la puerta, donde observaba a su pequeña Lia, que jugaba con su padre, mientras Mia, lloraba en la otra habitación porque se acaba de despertar. Al cogerla en brazos, no pudo evitar sonreír, toda su vida, todos sus planes, todo, había cambiado en ese momento, gracias a sus dos pequeñas, pero su vida, sus ilusiones, sus sueños,  su felicidad había cambiado un frío día de febrero cuando los dos se conocieron y decidieron que eso iba a ser para siempre.


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