Un llanto venía del fondo
del pasillo, una risa de una de las habitaciones y el sonido de las teclas de
un ordenador desde el estudio. Ella se levantó del escritorio, dejó su trabajo
a medias, con las últimas palabras de su relato: "Sonrió, mirándose la
barriga, tenía toda la vida por delante, pero ahí estaba creando vida." Miró la pantalla de su ordenador con una sonrisa
y de sus ojos marrones, cayó una pequeña lágrima, no era de tristeza no, era de
felicidad, porque aquella novela estaba siendo como su tercera hija, sí, tercera.
Solo tenía veintisiete años, pero aquellas dos pequeñas le habían iluminado la
vida, y su novela, su primera novela iba a ser un homenaje a su vida, a sus
niñas, a su juventud y a su felicidad. Porque había pasado mucho por su corta
vida e incluso había pensado abandonar la vida a su suerte, pero desde que
apareció él, su vida cambió por completo.
Se habían conocido con
dieciséis años y eran mejores amigos, hasta que el destino jugó a enamorarlos.
Tenía toda la baraja bajo su manga, este destino, a veces cruel, otras veces generoso. Con ellos fue generoso, él, solucionó todos los problemas de corazón,
las heridas y cicatrices de ella, que había sufrido mucho durante mucho tiempo
y se sentía pequeña, muy pequeña. Ella, se sintió grande gracias a él, y volvió
a creer en un sentimiento que creía extinto en su corazón, el amor, el
verdadero amor, el que ella no había
conocido nunca. Al principio de su relación, ella tenía miedo de que le
hicieran daño, de que un día dejara de sentir lo mismo y la abandonara al amparo
del mundo sin su protección, pero eso no fue así.
El destino, el amor, los
dioses, o ellos mismos, decidieron que debían luchar por lo que querían, por
estar juntos toda la vida, por una relación que no se acabara nunca, porque se
querían, se querían más que nunca, porque sin su amor, el mundo no podía
continuar adelante, y eso ella lo sabía muy bien.
Cuando recibió la noticia
de que estaba embarazada, no lloró, solo sonrió, le abrazó y le susurró al oído
que iban a ser padres, que tendrían algo que siempre les uniría, habían creado
vida por partida doble.
Y ahora, estaba en el
marco de la puerta, donde observaba a su pequeña Lia, que jugaba con su padre,
mientras Mia, lloraba en la otra habitación porque se acaba de despertar. Al
cogerla en brazos, no pudo evitar sonreír, toda su vida, todos sus planes,
todo, había cambiado en ese momento, gracias a sus dos pequeñas, pero su vida,
sus ilusiones, sus sueños, su felicidad
había cambiado un frío día de febrero cuando los dos se conocieron y decidieron
que eso iba a ser para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario