Colgó el teléfono.
Llevaba dos horas hablando con su mejor amiga y las lágrimas habían cesado a la
hora de hablar con ella, pero todavía se sentía vacía, notaba como si le
faltara algo dentro y sabía perfectamente que era. Las dos sabían el por qué de
esas lágrimas incesantes y de esos sollozos incomprensibles en los que se
convertían sus palabras al intentar hablar. Todo se reducía a una sola persona,
a un simple hecho, a unas palabras que siempre se quedarían en su corazón
marcadas como acero ardiente.
Se recostó en su cama y
sujetó el teléfono móvil entre sus manos temblorosas y marcó su número, a lo que
de sus ojos volvieron a brotar unas lágrimas reales y dolorosas que hacían que
se rompiera un poquito más de lo que estaba. Al ver que se sentía mal, peor de lo que
estaba antes de llamar a su amiga, pulsó una tecla de su móvil con la que pudo
deshacerse del lastre de tener su número guardado y querer llamarle cada día,
cada hora, cada segundo de su existencia. Respiró hondo y borró su número como
señal de cambio, como objeto de un largo camino que le tocaba recorrer sin él.
El camino de olvidarse de ese amor que le hizo sentir tan grande, pero a la vez
tan hundida y destrozada cuando todo se terminó.
Cada día se sentía débil,
pequeña y destrozada, le echaba a faltar, las lágrimas habían dejado de brotar
de sus ojos, pero su interior era un mar de desesperación, de recuerdos y de
promesas rotas. Se sentía traicionada y
dolida, porque creía que él era diferente, pero amiga mía, todos son iguales
cuando llegan al instante de afrontar los problemas.
La había abandonado a su
suerte después de ver que su relación había decaído con la excusa de que no
encontraba solución a los problemas y la frialdad en la que se había convertido
su amor. Pero, ¿a qué tú no pensabas lo
mismo, compañera? Querías buscar una solución junto a él que no
comportara romper una relación que tenía futuro, una relación en la que al
menos tú creías. Rompió en lágrimas cuando vio que él se rendía, que dejaba
atrás todo lo vivido y que no se arrepentía al cabo de los días de su decisión
y que podía vivir sin ella. Lloró porque rompió todas las promesas que le había
susurrado al oído.
Pasó un mes de todo eso,
y lo veía cada día, cada día debía soportar como sonreía y era indiferente con
ella, cada día debía olvidar un poco más lo que sentía por él, pero le era
imposible, amiga mía, lloraste y mucho. Pero logró sonreírle cada vez que
cruzaba una mirada con él, aunque se sintiera vacía y destrozada por dentro.
Compañera, no eres la única
que has pasado por esto, apóyate en aquellas que hemos amado hasta dar la vida
y hemos acabado cayendo, que hemos sido abandonadas por una persona que decía
que se moría si no nos tenía al lado. Amiga mía, eres única, eres especial y
eres preciosa, debes de vivir y sonreír
a la vida, cuesta lo sé, estoy pasando por lo mismo que tú ahora mismo, pero afrontémoslo
juntas. Nada podrá vencernos.
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