jueves, 26 de septiembre de 2013

El bosque

El viento ululante sonaba en mi cabeza como un repicar de pájaros carpinteros en el sauce más alto del bosque. Una lágrima de la lluvia se deslizaba por la ventana así marcando el fin de su vida. Lo observaba todo desde esa pequeña ventana, dentro del salón, una chimenea de leña hacía cálido el ambiente en el que me rodeaba, unas paredes de color chocolate, decoradas con cuadros de el precioso paisaje que nos envolvían hacía la sala, cómoda, habitable, familiar, cálida. Entre mis manos el pequeño diario que siempre llevaba encima, fuera donde fuera, al perdido bosque, al cálido desierto o al glacial invierno de las montañas, todo lo que sucedía ahí estaba escrito, de mi puño y letra, de la sangre que brotaba dentro de mí, cada vez que me buscaba a mí misma en uno de esos parajes.
Me paré a escuchar toda la casa era silenciosa, un búho ululaba encima de la rama de un olmo, las hojas bailaban al compás del viento y este sonaba como una preciosa composición musical, hecha desde lo más profundo del corazón del músico que la compone. Los pasos de un pequeño animalillo entre la maleza del profundo bosque hacen enternecer mi pequeño corazón lleno de heridas, una vez cicatrizado había venido a rodearse de la mejor expresión de arte que la vida ha dado, un bosque.
La lluvia seguía repicando los marcos de las ventanas hasta convertirse en una melodía pegadiza, las brasas del fuego saltaban al ritmo de una música inaudible para mis oídos, todo estaba en perfecta harmonía, todo parecía volver a su sitio después de su ciclo vital, la vida, simplemente era así. Y lo sabía demasiado bien, mientras observaba el hermoso arte que me envolvía, las letras vinieron a mí, unas palabras que iba reflejando en el precioso color marfil de la hoja, el tacto de mis dedos hacía que mi cuerpo se estremeciera con solo rozarla, todo sucedía sin un orden, sin un porque, aquel paraje era mágico para mí, todo desde el pequeño animalillo, pasando por las brasas de la chimenea, hasta acabar por aquellas pinturas que te llenaban de sabiduría, te hacían ver la vida de otra manera, clara, senzilla, sin objetos materiales, sin dolor, solo amor, un amor que me hacía sentirme en casa cuando ni en mi propía casa me sentía. La vida de ese lugar me llenaba. Una nueva gota recorrió la ventana y fue ahí que decidí ser libre, libre como ese pájaro que se sostenía en el sauce, como el pequeño animal se adentraba poco temeroso en las entrañas del bosque, libre como el viento que soplaba. Libre como la música, como las estrellas, en ese momento me sentí libre y viva. No había más que decir.

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