jueves, 30 de julio de 2015

Fantasmas del pasado

Era un día frío, de esos en el que el cielo no tiene un color definido, de esos que solo escuchas el sonido del viento soplar entre los árboles, árboles semidesnudos que buscaban o bien un abrigo en el que refugiarse o una buena razón para dejar sus ramas al descubierto, totalmente desnudas, desprotegidas del invierno, que nadie iba a ser capaz de parar.
Ese día, sin color, me descubrí a mí misma, me encontré, sola y perdida, me encontré con mi yo más profundo en las inmensidades de una ciudad que nunca llegó a tener sentido. Una ciudad que solo me proporcionó dolor, muertes y soledad, una ciudad que destruye todo lo que pasa por ella, para que, en mi caso, te encuentres contigo, sin máscaras, sin mentiras, desnuda y sin la estabilidad de poder ser un mero títere más de una sociedad oscura y cruel. Nunca llegó a tener sentido para mí, pero sin quererlo allí me conocí, después de mis veinte años de vida buscándome.
Allí estaba frente un espejo destartalado, producto de uno de los ataques de él, otro sin sentido de aquella ciudad estúpida. Allí me encontré. Joven, pero sin juventud. Era una mujer, castaña de ojos negros penetrantes, metida en un pequeño cuerpo de veinte años de edad. Pero no fue eso lo que buscaba ni siquiera lo que encontré.
En ese espejo me descubrí. Era frágil, una pequeña muñeca de porcelana que se podía romper en cualquier momento. Pero sin embargo, era la persona más fuerte del mundo, tenía una pasión que me iba a llevar más allá de aquel dolor, de aquellas muertes y de aquel sinsentido en el que me encontraba.
Ese día gris que era triste para todos, fue el día que decidí huir. Huir de todo lo que llevaba detrás, de todo lo que no tenía sentido, de todo lo que no me identificaba.
Decidí dejar atrás su recuerdo, sepultado en el cementerio de la ciudad, después de que nuestro tóxico amor se apagara en una reyerta en un bar de borrachos. Decidí dejar atrás su sombra que se ceñía en mí como si fuera de su propiedad. La aparqué en un rincón de la habitación. En aquella habitación donde me había robado todo. Incluso mi dignidad.
 Lo abandoné todo, aunque no tenía nada que abandonar, salvo un montón de mentiras, una falsa identidad acompañada de su DNI reglamentario, y una máscara que jamás llevaría. No tenía nada pero lo tenía todo.
Desaparecí de la ciudad, cogí un bus que me llevó a mi verdadero destino. Compré una máquina de escribir, empezaría con eso. Esa era mi esencia, la que había descubierto frente al espejo aquel día.

Mi huída, mi otra vida, todo lo que dejé, no volvió jamás. Aunque sí que lo hizo entre estas líneas, entre estos recuerdos que hoy acabo plasmando tres años después, una vida nueva, un amor sano y un proyecto que iba a ver la luz dentro de poco. Incluso así, no pude dejar de acordarme de aquel sinsentido, de aquella ciudad, de aquella sombra aparcada en aquella habitación y de aquel recuerdo que acabó muerto en una reyerta.
¿No dicen que el pasado siempre vuelve? Aquí estoy yo, enfrentándome a mis demonios que no sé si un día dejarán de atormentarme.

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