lunes, 21 de septiembre de 2015

Las alas

Se reflejó su mirada en uno de los grandes espejos de la casa en la que vivía. Su mirada azul claro transmitia tristeza, una tristeza que solo provenía de su corazón, un corazón que a duras penas se mantenía en pie, un corazón que había sido desecho en mil trocitos y esos mil trocitos se habían convertido en cristales que le rompían y le dañaban por dentro.
Se miró en el espejo, su mirada era lo único que reflejaba esa tristeza latente que existía en ella desde que todo, todo en lo que creía, se había esfumado, con él, con sus sonrisas perdidas y con todos aquellos recuerdos, pero no solo era él, se había esfumado su dignidad, su paciencia y su gran sentido del humor, todo se había ido con aquel gran y doloroso amor, y con aquel hijo no nacido.
A pesar de ese dolor todo en ella era igual, su sonrisa intacta, su cabello rizado, rubio como el oro y sus labios de color carmesí. Fingía felicidad aunque en su mundo no encontraba ningún motivo para ser feliz.
Todos los días se lamentaba de lo desgraciada y sola que estaba, pero nunca se dio cuenta que la vida le estaba haciendo un favor, que su destino era desplegar esas bonitas alas que siempre había llevado escondidas, unas alas que nunca habían conseguido cortar, hechas de color de la nieve, blancas, puras. Unas alas que la iban a llevar muy lejos, pero que debían despertar y la única manera que tenían de hacerlo era que su dueña creyera en un mundo mejor, en sus sueños, esos creía rotos, pero que estaban más fuertes que nunca, esos sueños que consolidaban su gran pasión, la que había escondido del mundo, de él. Solo podía despertarlas y volar con ellas si volvía a creer, a tener fe en si misma.
Y así lo hizo, esa mirada que aún reflejaba tristeza se fue llenando de pasión, de una pasión fuerte, que rompía todos los esquemas de su pequeño mundo, que se estaba convirtiendo en una jaula. Esa pasión le llevó a tener esperanza, fe y poder para crear mundos nuevos a través de las palabras, mundos que recreaban sus sueños más profundos, mundos en los que todo lo que quería se convertía en verdad, en los que nada era imposible si se creía en ello.
Un buen día esa chica de ojos tristes y azules, de cabello rizado y rubio, esa chica de sonrisa intacta pintada de color carmesí, voló, abrió las alas y despegó. Cumplió sus sueños, dejó de lamentarse y vio algo bueno en todos los días, le encontró sentido a la vida, creando otros mundos, pero lo más importante fue que encontró una salida y fue feliz, porque todo se reducía a eso, a esa pasión, a esa fe, a creer en si misma.

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