miércoles, 4 de noviembre de 2015

Tierra de mujeres

Nunca había sido un reino de mujeres, ahí solo vivían hombres, hombres fuertes, débiles, altos, bajos...hombres muy distintos, pero entre ellos no había ni una sola mujer.

En el frondoso bosque, lejos de la civilización, existía una tierra reinada por la hombría, por la masculinidad, ese reino estaba sumido en el caos, ya que todos los hombres acaban disputándose su virilidad, su fuerza o incluso su belleza, para poder salir de allí, en busca de mujeres, pero acaban perdiéndose en el bosque y el caos volvía a sumarse en el reino.

A pesar de ser creados por mujeres, ellos eran incapaces de encontrar a las llamadas "creadoras", las que les habían dado la vida y por eso, el reino estaba envejeciendo. No habían niños, los hombres más jóvenes salieron de la última expedición realizada veinte años atrás.

Lo que no sabían estos hombres era que cerca, muy, muy cerca, se encontraba una tierra sumida en una profunda paz, igualdad y amor, una tierra estaba reinada por mujeres, aquellas que no buscaban a ningún hombre porque se abastecían por ellas mismas, ellas solo buscaban la tranquilidad.

Vivían en una pequeña aldea, rodeada de altos y frondosos pinos, en unas pequeñas casas de madera caoba con el tejado de color gris.

En aquel reino no había una jerarquía, nadie mandaba por encima de otro, todas se ocupaban de sus tareas, no competían las unas con las otras para demostrar quién de todas era la más fuerte, la mejor. Todas eran iguales.

Su vida era una perfecta armonía de cariño y complicidad, muy diferente a la de los hombres que vivían tras aquellos pinos frondosos que las protegían.

Ellas no necesitaban la ayuda de aquellos hombres que consideraban salvajes, se proveían solas y con eso les bastaba.

Solo el hecho de recordar a los hombres, les erizaba la piel y con razón: expedición tras expedición eran forzadas, violadas por aquellos salvajes que querían más varones para su aldea, para su reino. Pocas de ellas se quedaban embarazadas por consentimiento, porque querían engendrar.

Estos hombres les saqueaban, las dejaban heridas y esperaban los nueves meses de la gestación, en unas tiendas de campaña a las puertas de la aldea, aguardando a que esas mujeres dieran a luz a más varones a los que criar en su reino, en aquel caos.

Cuando estos bebés resultaban niñas las dejaban junto a sus madres, las que las criaban en perfecta armonía y las dejaban crecer en libertad, en igualdad.

En ese reino buscaban eso, ser felices, solas, simplemente con su amor, con su cariño, sin jerarquías.

Pero todo cambió.

Sí, todo cambió, como leéis.

En la última expedición, en la última violación de su vida privada, de su intimidad, una pequeña niña y un pequeño niño nacieron de una misma mujer, un par de gemelos, el primer caso en todos los años de existencia de aquellos dos reinos. Nunca había sucedido.

La historia de estos dos hermanos se separó en el momento de nacer, él, a quién su madre, la única decisión que tenían las mujeres sobre sus hijos varones, llamó Karl, volvió al reino de los hombres, junto con su padre y allí fue criado bajo las enseñazas del deber al rey, de la lucha por ser el mejor, bajo el valor de las luchas, de las competiciones, fue criado sin amor, pero él nunca se sintió cómodo bajo ese régimen estricto, no le encontraba sentido.

Ella, la pequeña Marion, fue criada junto con su madre, Veronika, hija de la curandera del reino, de dieciséis años. Nunca fue rechazada, a pesar de la juventud de su madre.

Entre todas las mujeres creció como una más, bajo todo el amor, el cariño y bajo la igualdad. Nunca le contaron que tenía un hermano varón, nunca le contaron el miedo que tenían a todos los hombres, pero ella sentía que algo fuera de aquellos muros que protegían la tierra de aquellas mujeres, le acercaba al otro reino, algo que la protegía más allá de todo, y Karl sentía lo mismo.

Un buen día, Karl decidió preguntar a su padre sobre la mujer que le había dado a luz. Él sabía de la existencia de esas mujeres, las creadoras, aunque no sabía, ni siquiera, como había sido creado. Desconocía el dolor que provocó su padre a su madre cuando la violó, los meses de incertidumbre de ella por no saber si podría quedarse con ese ser humano que estaba engendrando dentro de sí mismo, desconocía la existencia de esa hermana que, muchos años después, seguía en la tierra de aquellas mujeres tan extrañas, tan lejanas, tan neutrales que no coincidían con el modelo de vida que reinaba en aquel territorio sumido en el caos.

Mikael, su padre, lo miró con extrañeza y pensó: "¿Por qué se interesa por aquella mujer que no le ha dado más que el nombre? Yo no lo hice."

No le dio respuestas, ni siquiera le dijo su nombre, le contestó con dos simples frases:

-No conozco nada de su vida ni su nombre, hijo mío. No te preocupes.

A Karl esa respuesta no le sirvió, alimentó más su curiosidad. Creó en él expectativas de conocer la realidad que entrañaba su existencia, y empezó a creer que algo más importante fuera de aquellas murallas, le llamaba, la existencia de una persona que era una parte más de él, la existencia de su madre, sí, pero la de otra persona que podría ser su hermana.

Marion se despertó en la aldea. Hacía un buen día y salió al bosque a escribir, su pasión secreta. Estaba escribiendo la historia de su vida, una historia que tenía muchas lagunas que completar: la sensación de no conocer parte de sus raíces, el misterio de la identidad de su padre, y esa extraña curiosidad que sentía por aquellos hombres que vivían en aquel reino, del que nadie hablaba, pero conocía de unos libros prohibidos que consiguió clandestinamente...

Ella sospechaba que algo le estaban escondiendo, algo que su madre Veronika y su abuela, Erika, no querían contarle, por su peligrosidad, por su cercanía con los hombres, por algo relacionado con un pasado que no querían volver a recordar.

Marion sabía que su madre guardaba fotos de un hombre y de un bebé que creía ser ella. Ese hombre debería ser su padre. Un padre, que según lo que escribían en los libros, había violado a su madre para crearla.

Kilómetros más allá de aquellas murallas, Karl estaba haciendo una pequeña bolsa, llena de sus pertenencias, entre las que estaban sus prendas de ropa, un gran machete y un diario, en el que escribía sus experiencias y sus logros en la aldea. Le daba verguenza reconocerlo, pero su gran pasión era escribir, quería ser escritor como aquellos que habían relatado la historia de su reino, como los escribanos del rey, quienes explicaban sus logros.

Iba a emprender una expedición, quería encontrar la tierra de las mujeres.

Karl dejó una nota sobre la mesa del gran comedor de su casa, en ella confesaba su huída hacia aquella tierra que le era desconocida y le explicaba sus motivos: quería conocer sus raíces, a su madre y desvelar el secreto que dentro de sí sabía que le guardaban.

En la tierra de las mujeres, Marion despertó con la sensación de vacío habitual, aquella sensación que le acompañaba todos los días desde que tenía consciencia, la que le pedía a gritos conocer la verdad, completar las piezas del puzzle que consideraba su vida. Había alguien, más allá de su padre, que la unía a aquella tierra tan lejana, donde, según lo leído, reinaba el caos, la competencia, donde solo los hombres vivían.

Ese día, Marion quería conocer la verdad, esa sensación de vacío iba haciéndose más grande, aumentada por el afán de buscar conocimiento en cualquier lugar del reino: libros, documentos... Sufría, cada vez más, pesadillas relacionadas con todo aquello que había leído, relacionadas con la muerte y con aquella persona misteriosa a la que en sueños llamaba su hermano, un hermano que nunca la había buscado, un hermano desconocido, pero que creía que la protegía.

Tras el frondoso bosque, Karl cruzó la muralla, a esas horas vacía, ya que el rey estaba dando su gran y diario discurso, y entró en las periferías de su reino, aquel que estaba dispuesto a abandonar para conocer su verdadera historia. Una historia que solo descubriría rompiendo las normas de su reino, aquellas que dictaban que las expediciones solitarias estaban terminantemente prohibidas a causa de sus grandes peligros.

Karl emprendió su aventura y tenía fe de encontrar aquella tierra tan deseada, tan lejana, donde todo cobraría sentido.

Marion no hizo lo mismo que él, ella sentía miedo de romper las normas, de salir de su hogar, de su reino, ya que sabía que era imposible llegar a la tierra de los hombres sin formación, ella sola, el bosque era demasiado peligroso, no solo por su frondosidad, sino por aquellos animales que podían atacarte, los caminos confusos y los barrancos que te llevaban a una muerte segura.

Ella prefería conocer la verdad de la manera más segura posible, preguntando e investigando.

Y así lo hizo, las fotos que había descubierto, todos los archivos, los recogió, y se presentó frente su madre, pidiendo explicaciones.

Marion sabía que Veronika lloraba cada noche, que anhelaba a alguien llamado Karl, un hombre, que ella creía su padre.

Cuando Veronika miró a los ojos a Marion, esta supo que algo dentro de su madre quería contarle la verdad y así lo hizo, así empezó a relatarle su historia:

-En la última expedición, hija mía, hace veinte años, justo tu edad, los hombres entraron destrozando todo lo que había tras ellos, tenían sed, sed de mujeres.

Yo tenía dieciséis años y tu abuela intentó esconderme, no quería que sufriera lo que ella sufrió, pero no lo consiguió. Tu padre me encontró mientras iba de camino a la casa donde me habían preparado un escondite, él me prometió no hacerme daño, era joven como yo, pero su fuerza, su sed pudo con aquellas promesas, y me hizo suya, desgarrándome. Lloré hasta que se vació y lloré mientras él se iba al campamento donde dormían todos los hombres.

Sabía que me quedaría embarazada y conocía las consecuencias de ello: si tenía un niño no lo vería nunca más, y a pesar de mi edad, yo deseaba quedarme a ese bebé que iba a tener nueve meses dentro de mí.

Como bien sabes, no podíamos adivinar el sexo de nuestro bebé, ni siquiera si tenía buena salud, si venía muerto, no lo sabías hasta el momento del parto, eso era muy duro...

Tuve un buen embarazo, engordé más que mis otras vecinas que también se habían quedado embarazadas, y tu padre estuvo pendiente de mí, simplemente porque quería saber su tendría un niño, el futuro de su reino dependía de nosotras.

En el momento del parto, supe que todo iría bien, que al menos el bebé nacería vivo, porque había estado moviéndose cada noche desde los cuatro meses de gestación.

Lo que no me esperaba era que viniérais dos. Sí, cariño, tienes un hermano, es a aquel que tu padre sujeta en la foto, Karl, del que solo pude decidir su nombre, al que quiero y necesito ver desde que tu padre me separó de él, después de darle de comer por primera vez.

Tu abuela no quiso que te lo contara, es el secreto que más ha marcado a la familia, soy la única en la aldea que ha tenido mellizos. Y eso hace que me miren negativamente, porque creen que estoy marcada de por vida, amor mío.

Marion que había aguantado sus lágrimas durante todo el duro relato de su madre, se puso a llorar justo en el momento que Veronika dejó de hablar y la estrechó entre sus brazos.

Sabía que había alguien más que la unía a esa tierra, sabía que una parte de sí misma estaba fuera de aquellos muros, más allá del frondoso bosque.

Lo que no sabía era que Karl, su hermano, estaba caminando por ese peligroso bosque dispuesto a conocerlas, a descubrir que era aquello que le estaban escondiendo, sabía que había algo más allá y fuera como fuera sacaría la verdad a la luz.

Su expedición acababa de empezar, tan solo unos cuantos kilómetros lo separaban de la tierra de las mujeres, pero aquello le era desconocido a Karl, que se encontraba perdido, con un pequeño mapa, dibujado hacía veinte años, pero el bosque había cambiado demasiado, las lluvias habían transformado los caminos, los árboles era más altos, y habían más trampas, hechas por ellos mismos para cazar, que podían impedirle el paso.

Aún así, continuaba con la esperanza de encontrar aquella tierra.

La noche cayó mientras Karl decidía que camino seguir, cada camino podía llevarle a una posible muerte o a la victoria, ya que la tierra de las mujeres, estaba a un solo camino de distancia.

Karl no escogió bien y la muerte se sumió sobre él, cayó por un precipicio, mientras su madre y su hermana rezaban para que la salud de aquel hombre se mantuviera intacta, para que ningún peligro se sumiera sobre él, sabían que no lo iban a ver, que solo recordarían sus ojos a través de aquella foto. Lo que no sabían era que Karl, su hijo, su hermano, acababa de morir, intentando conocer la verdad sobre su historia, buscando la tierra de las mujeres.

Alejandra cerró el gran libro que estaba leyendo, decepcionada. Tenía la esperanza que Karl y Marion se encontrarían y que los dos reinos, convivirían en paz, como suele pasar en todos los cuentos que leía y las películas que visualizaba.

Había aprendido una lección con aquella historia, no todo eran cuentos de hadas, ni clichés literarios en los que los hombres y las mujeres están destinados a vivir juntos por siempre. Pero aprendió la valiosa lección de que los finales felices no existen, porque la muerte siempre acaba siendo la principal protagonista de todas las historias reales.

Alejandra descubrió que nunca habría una tierra mujeres, nunca existirían realidades tan distópicas como las que habían reflejadas en aquel gran libro. Descubrió que a pesar de las diferencias entre hombres y mujeres, todos somos iguales y buscamos nuestras raíces.

La tierra de las mujeres quedó en la imaginación de aquella muchacha que aprendió que en la vida no hay finales felices, donde todo acaba en un instante y desaparece sin darnos cuenta.

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