jueves, 7 de enero de 2016

Perdida.

Paso a paso, avanzaba por el maravilloso y tenebroso bosque. Quería perderse, ese era su único objetivo, perderse entre la densa vegetación de aquel bosque que había visto desde el gran ventanal de aquella casa oscura, vacía y fría, que nunca había considerado su hogar. Quería perderse, no volver nunca, su mundo no tenía sentido, no tenía familia, no tenía a nadie, estaba perdida, vagabundeaba sola por el gran sinsentido que es el mundo. Su única salvación, su vía de escape, era aquel bosque.

Quería fundirse entre sus árboles, ser una pieza más de aquel paisaje idílico en su memoria, de aquella naturaleza que formaba parte de ella, que corría por sus venas. No encontraba ningún lugar mejor donde permanecer el resto de su vida.

Iba descalza, con un camisón, blanco como su tez. Su cabello naranja comenzó a difuminarse con las sombras de los árboles, con la luz mortecina del atardecer, con las hojas muertas que cubrían el suelo arenoso. No tenía frío, aunque en aquel atardecer de otoño todo se había vuelto más frío y tenebroso, como si le advirtiera que no se adentrase en aquel bosque, que nunca más saldría, que volviese a su casa. Pero eso era lo que ella pretendía. No volver.
La luz empezaba a desaparecer, las primeras estrellas despuntaban en el horizonte. Levantó la mirada y vio un pequeño pájaro posarse en un árbol. Ya le quedaba menos, ya solo quedaban unos metros más. Iba a encontrar, por fin, la paz.

La noche venció a la luz, y el frío empezó a acusar, mientras su melena pelirroja avanzaba como si se tratase de un espectro por el frondoso bosque, sus pies descalzos se adentraron hasta la oscuridad más profunda, donde ahí se fundió con la naturaleza, donde se reencontró con su verdadero yo. Ahí en el bosque, encontró lo que tanto ansiaba, la paz interior. Callar sus demonios.

El bosque se sumió en la más profunda oscuridad, sus árboles continuaron intactos, formando un paisaje maravilloso y tenebroso. El bosque se convirtió en su hogar y también en su tumba.

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